jueves, 31 de marzo de 2011

[uniendo letras:49578] desoxidando cuentos-Crónica de la Violencia IV

 

 

         Sabía que ese lugar era algo peligroso. No le importó. Más de lo que le había sucedido no podía pasarle. Tenía sueño y frío, así que se acurrucó contra el duro paredón  intentando aparentar la mayor insignificancia posible. Si llegaba a llover, la protegería el puente bajo el cual se hallaba, que a la vez le servía de terraplén para frenar el helado viento invernal.

Vestía un pantalón de verano gastado y sucio, y un pulóver que apenas protegía sus desnudos pechos. Sentía la suciedad en su cuerpo, por eso había atado su enmarañado cabello con el cordón de una de las zapatillas que llevaba puestas.

Debía esperar el amanecer…intentar sobrevivir la noche. Ni bien el sol apuntara, estaba dispuesta a golpear las puertas de la iglesia de San Carlos ya que le habían dicho que en ese lugar podrían darle refugio, alimento y quizás hasta un trabajo.

Sólo debía esperar que transcurriese esa gélida noche; cuidarse una vez más.

Estaba congelada, aunque los cartones que había juntado disminuían en algo su sensación de frío; quizás lo peor era el hambre, pero debía aguantarlo un poco más aunque se sintiese desfallecer.

Sólo tenía a la vista un vecino, un viejo que en el paredón de enfrente la miraba fijamente mientras se calentaba con una lata en la que había improvisado una fogata. Ya antes el viejo le había hecho señas para que se acercara al fuego y para que comiera algo del pan y del líquido caliente que parecía ser caldo contenido en un mugroso tazón.

Pero ella le había dicho que no con el movimiento de su cabeza. No quería tener nada que ver, ni qué  deberle a ese viejo, ya demasiadas cosas horribles le habían pasado con los tipos.

Sin ir muy lejos, aquella mañana se había ido de la casa, mejor dicho, de la casilla que ocupaba con el Leandro. Esta vez al mal parido se le había ido la mano; fueron demasiados golpes en tan poco tiempo…¡ y pensar que se había juntado con él para escapar de los abusos de su hermano Miguel y de su padrastro, ese viejo asqueroso!.

Su madre la había abandonado a ella y a su hermano cuando tenía cinco años y nunca más había regresado…casi ni la recordaba. No le tenía odio, es más, ahora la comprendía: su pareja, es decir el que era su padrastro la golpeaba mucho y la pobre no había podido soportarlo más.

Quizás si se esforzaba lo único que podría llegar a echarle en cara era el no haberla llevado con ella, porque de esa forma hubiese evitado los abusos sexuales a los que su padrastro y su hermano la habían sometido durante 11 años; y hubiese evitado pasar por dos embarazos no deseados y traumáticos, el primero a los 13 años, culpa de su padrastro, que encima de molerla a palos por estar con el bombo, la había hecho abortar con unos yuyos comprados a una curandera del lugar; el segundo sin paternidad asumida (ya que no sabía si era de su padrastro o su hermano) a los 15 años. El segundo  casi la había matado, se lo había hecho por decisión propia con Doña Lola, la que hacía los abortos en el lugar y la vieja bestia la había perforado hasta la garganta, razón por la cual fue a parar al hospital y luego al juez de menores que la volvió a entregar a su padrastro. Por desgracia, o quizás suerte para ella, había quedado estéril, así que ya no iban sus parientes a preocuparse por dejarla con panza otra vez.

Por suerte –o quizás otra vez desgracia- conoció al Leandro a los pocos meses de salir del hospital; sabía que afanaba desde chico y que a veces se drogaba pero era el único tipo que la defendía de su padrastro y de su hermano; inclusive le había enseñado a defenderse con un pedazo de lata , vidrio o lo que tuviese a la mano, y para terminar de adorarlo lo había molido a palos al Miguel (y casi lo hizo con el viejo) cuando se la llevó a vivir con él.

 

 

Pero la luna de miel duró poco con el Leandro; al principio la sopapeaba o le gritaba pero después la cosa fue subiendo de tono y los dos se agarraban a las trompadas con  furia hasta que lógicamente, ella, por ser mujer y más débil que él, quedaba tirada en el piso ensangrentada y con los huesos rotos.

 

 

                                      Por eso había decidido irse, quería una vida nueva y, como le habían contado del cura Pedro de la iglesia San Carlos, que ayudaba a las pibas en problemas como ella y les conseguía trabajo, había pensado que ese era el momento de empezar de nuevo.

 

                                     Así que esa mañana cuando el Leandro la molió a palos rompiéndole un diente, ella le dijo que se iba, que quería salir adelante y trabajar.

Recordaba las carcajadas del Leandro diciéndole que estaba borracha, que las minas como ella no podían tener una vida normal; que él no la iba a retener, que se fuera tranquila porque así como se iba, así con la cola entre las patas iba a volver.

Pero ella sentía que esta vez era diferente, que iba a lograr lo que deseaba.

 

El sueño y el frío iban apagando sus recuerdos; en tanto, el viejo la seguía mirando fijo, cosa que a ella no le caía nada bien…no fuera cosa que ese viejo de mierda quisiese meterle mano. Esta vez ningún tipo la iba a tocar si ella no quería, ningún tipo más iba a tratarla como un cacho de carne.

Su última imagen antes de dormirse fue la del viejo que le sonreía  con sus podridos dientes…debía cuidarse de él, dormir, pero cuidándose…

 

 

 

                                      Su instinto fue más rápido que su pensamiento; en fracciones de segundos sintió que su mano hundía el pedazo de vidrio en el estómago del viejo ciruja, con la velocidad y la destreza que el Leandro le había enseñado (al menos eso le había quedado de bueno de ese desgraciado).

--Viejo de mierda –pensó—sabía que iba a intentar manosearme, que se joda.

Se levantó rápido cuando el viejo cayó muerto a su lado y lo pateó a un costado.

Allí se dio cuenta. El viejo había dejado la taza mugrienta con caldo caliente al lado de ella y en su mano todavía conservaba el pedazo de pan que por lo visto iba a dejarle cuando ella lo atacó al agacharse.

Por breves instantes sintió culpa y remordimientos.

¡Pobre viejo, lo único que había querido era darle algo de comer! Ella no tenía la culpa, al fin y al cabo; la vida le había enseñado a defenderse…¡ Cómo iba a saber que ese viejo no era tan desgraciado como los demás que conocía!

 

--¡¡Viejo estúpido!! –murmuró mientras comenzaba a caminar rumbo a la iglesia. Quizás lo mejor era que esperase en la puerta hasta que abrieran el lugar.

 


Liliana

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